lunes, 25 de febrero de 2008

Herminio Martínez

Estigmas

Nunca la soledad tuvo tanto hoyo
ni tanta sal para esculpir imágenes,
ni tantas lenguas tristes en sus lágrimas,
ni semejante polvo en las mujeres,
después de aquellos besos y aquel hálito,
y aquel horror parado en pasos de hombre,
aquélla hacha rajando la madera
del bosque del silencio que hay en lo íntimo,
aquel escurrimiento de los órganos
que en vez de melodías daban espanto.
Escupitajos de rencor al mundo,
baba de la ignorancia neurasténica,
perros aullando encías de caras ávidas,
estrellas en los hombros del espanto.
Nunca se supo tanto de la especie,
ni de la noche que hace a un lado al día
para darles el pecho -en tales ámbitos-
a colmillos, pastillas, furia y pelos.
Nunca se supo más de uñas y labios,
ni del dolor que clava a pie su brinco
y se mete al costado del asombro
y allí también suelta a comer sus ratas.

La niña caminaba, había vencido
una jornada más con sus esfuerzos
mojados en ternura, río de deudas
que va a la humanidad siempre crecido.
Oh la virgen, muchacha sorprendida
entre la oscuridad y la memoria
hecha de piel de luz y de rumores:
pezón herido, alambre de sollozos,
luna sentada al pie del alfabeto.
Nunca la eternidad fue tan inmensa
al extender sus sábanas el grito,
ni el tambor de la sangre fue quebrado
jamás de esta manera sobre un pecho.

Después de la ambulancia vino el pérfido
a curarla con hojas del relámpago
que es Dios, a su manera, en cada Biblia.
Qué poco vale la mujer estigma
en tanta oscuridad de unos y otros.



Herminio Martínez )México