jueves, 27 de marzo de 2008

Rosa Linda Ortega

No eres tú

Recorro mi casa
de eternos pasillos
de eternos instantes cristalizada.
Mis alfombras son hojas secas
mi duela se amortigua con tinta espesa
de años que no han sido míos, eternos pasillos.
Mi casa es blanca, de techos enormes
techos vagos de hospital, de manicomio,
blancos y limpios, blancos y ciegos.
No hay rejas, no hay sombras, no hay nada.
En el todo está tu felicidad y no la contengo
en esta casa no eres tú.
Miro las luces desde la terraza
el aire toca mi rostro, el rocío besa mis ojos,
miro de frente las luces en el muelle y lo sé,
ahora lo sé: No eres tu.
Estas puertas hacen brillar tu reflejo a contra luz,
fotografía de la felicidad, sonrisa que filtra mis grietas
abiertas a la desesperanza, a la resignación.
Tu casa abre las puertas, mi casa no levanta bardas
mi casa son dos habitaciones altas y jardines desnivelados,
Yo habito la terraza y la habitación redonda;
Tu casa era una cerca muda que se convirtió en palacio,
Era un muelle rosa y hoy es canal de Panamá,
casa madriguera que se disolvió nube, pero no eres tu.
Mi casa reconstruida es un albergue de no sé que,
mi espacio es en el viento, junto al mar, en la vida,
ahí , desde donde escucho lamentarse a las ballenas,
y los delfines danzan y cantan.
Mi casa es esta que hoy no es una casa
es un piso de amate y un gran tintero
paredes de plata con gelatina y recuerdos en sepia.
En este piso confundo pies y manos,
la tipografía busca ser exacta y elocuente,
precisa y congruente, pero no estás aquí.
Tu casa era mi casa, se ufanaba de serlo sin tener lugar
sólo contamos con un breve pedazo de profundo infinito
adecuado a tu silencio y a mi risa, un retiro de comunión.
Estoy descalza, recorro mi casa
es un eterno laberinto cristalizado
yo cenicienta patinando en invierno.
Mis alfombras son las olas más inestables
Oscilo entre lo que soy, lo que fui, lo que seré
entre eternas letras polares que no han sido mías.

Mi casa es de ignominiosos techos blancos anulados,
sólo en el todo descansa tu felicidad y no la tengo.
En esta casa no eres tú.




Quiero la tranquilidad
para cuando despertemos juntos.
Busco la calma para amanecer contigo,
todo el delirio que pueda ofrecer
una noche, la tormenta y la guerra
que asedian como hasta hoy; el
discutir por un acuerdo, el matar
por vivir, el acechar y jugar, el jugar
a morir; la destreza y el arrebato por ambición,
el desgarre y rompimiento;
mas la certeza de descansar y despertar
con una indemnización por la paz.
Quiero la certeza, la calma y la felicidad,
solo una mañana para poder despertar;
darme cuenta de que la fragilidad no siempre
se quiebra y de que no todos los cuerpos revientan.
El tener la evidencia de que lo oxidado
no es la sangre que recorrió los mismos cuerpos
que ahora se vacían en el mar.
Necesito amanecer contigo y regresar
a la inocencia, y que me abraces y me hagas
sentir pequeña una vez más.
Que las lágrimas no sean torrentes porque matamos,
porque traicionamos, porque abrimos brechas
de desamor.
Voy a abrir los ojos y despertar en este momento
aunque sea de noche, no estés a mi lado
y siga lloviendo,
porque sólo ahora que no me escuchas
y se enfría mi cuerpo
pude hallar la tranquilidad.


Rosa Linda Ortega, Ciudad de México, 6 de diciembre de 1980. Realiza estudios profesionales de actuación e idiomas en Morelia y México y posteriormente la carrera de Literatura Hispánica en Ciudad Universitaria. Dedicada a la vida artística realiza varios recitales de poesía/música y poesía/danza. Locutora de “El teatro de los ojos libres”, programa literario radiofónico vía internet. Actualmente desarrolla su proyecto de titulación bajo la asesoría de José María Villaría Zugazagoitia en la Facultad de Filos