martes, 1 de abril de 2008

Ernestina Pineda Velázquez

Su alma fue rota
poquito a poquito
pedazos al cielo
partieron inertes
frutos de su cuerpo
que amó eternamente,
cualquier sacrificio
fue poco importante,
un destino cruel
marcó aquel suplicio,
la ruda miseria
se llevó aquel niño
derramando el llanto,
la primera herida.
Pasaron los años
en lucha incansable,
un segundo golpe
penetró de nuevo,
el segundo hijo
se marchaba al cielo,
corazón de luto
cortados los sueños,
desdicha y dolor
para el mundo ajenos.
La única hija
alegría extrema
que daría nietos
a la triste abuela,
dejó de existir en juventud plena.
Para aquella madre
fue otra gran pena
que desmoronaba
su fuerza y su temple,
preguntas sin respuestas
daban vueltas en aquella mente.
Cuando se es pobre
Los lujos no existen,
ni siquiera el duelo
de un hijo ausente,
los que se quedaban
buscaban apoyo,
tal vez un consejo,
entonces los largos sollozos
guardaban silencio.

Después de algún tiempo
dos hombres se fueron,
rindieron sus cuentas
con el Padre Eterno,
dejando muy sola
a su madre anciana,
cansada de luchas,
con lágrimas secas,
pidiendo a la muerte
piedad para su alma.
Al Creador también le imploraba
que su único hijo,
el más pequeño
por el que rezaba
de día y de noche,
estuviera en su lecho
cuando sus latidos
ya no palpitaran.
Quizá Dios no pudo escucharla,
ese gran deseo
no pudo cumplirse.
Pero aquella gente
que la conocía y que la admiraba
estuvo presente.
El que en tiempo siembra
recibe cosecha.
Esa gran mujer,
esa dulce anciana,
la más tierna abuela,
en su caminar
sembró sólo amor,
y al final de su larga vida,
amor cosechaba.


Ernestina Pineda Velásquez. Petatlán Guerrero, el 26 de febrero de 1963. Cursé la carrera de Profesora de Educación Primaria en la Normal de Arteaga, Michoacán. Posteriormente hice estudios de Licenciatura en Educación Básica en la Universidad Pedagógica Nacional. Recientemente hice una maestría en Formación Intercultural Docente. Cuento con 23 años de servicio y actualmente trabajo en Uruapan, Michoacán.