lunes, 7 de abril de 2008

Guadalupe Ángeles

Sí y No Cortazariana


A I. J.

Si hubo algo que yo le pidiera alguna vez a la escritura (léase poesía), fue lo que Julio Cortázar pide en este

Encargo

No me des tregua, no me perdones nunca.
Hostígame en la sangre, que cada cosa cruel seas tú que
vuelves.
¡No me dejes dormir, no me des paz!
Entonces ganaré mi reino,
naceré lentamente.
No me pierdas como una música fácil, no seas caricia ni
guante;
tállame como un sílex, desespérame.
[...]
Ven a mí con tu cólera seca de fósforo y escamas.
Grita. Vomítame arena en la boca, rómpeme las fauces.
No me importa ignorarte en pleno día,
saber que juegas cara al sol y al hombre.
[...]

Yo te pido la cruel ceremonia del tajo,
lo que nadie te pide: las espinas
hasta el hueso. Arráncame esta cara infame,
oblígame a gritar al fin mi verdadero nombre.
porque tantas veces se ha dicho: no sabemos qué nombre nos pertenece, no lo revela la vida de todos los días, si acaso, lo insinúa el abrazo de nuestros hijos, el viento de las noches de insomnio agitando árboles oscuros, y se necesita la fuerza que sólo nace, no sé todavía de donde, para decir en voz alta ese nombre intransferible, mi nombre.
De igual manera, es posible creer que sólo tras la muerte sabremos nuestro nombre, pues Dios ha de leerlo, lo llevamos siempre escrito en la palma de la mano; pero, sí, en lenguaje indescifrable a ojos humanos.
Porque mi nombre no es melancolía ni espera, no es desazón ni resentimiento, no es morada de la soledad ni vacío ni tampoco incertidumbre. Está visto que mi nombre sólo Dios lo sabe, y quizá el amor o un abrazo fraterno.
En esta vida ¿sólo el dolor me ayudará a deletrearlo, o el cinismo? No hay espacio en ningún tiempo (tal vez sólo no en el mío), para armar una estructura coherente que pueda ser mi nombre, porque no soy ni árbol (hogar de aves nocturnas), ni suave marea, morada de los peces.
Me queda mirar mis pies cada noche, preguntar al silencio si convendrá, como hasta ahora, en acariciarme sin reserva, me queda el cantar de los grillos, el recuerdo de la tibieza del mar, saber cómo mi hija concilia el sueño, me queda la luz del atardecer, para darme cuenta que vivo, que he vivido, sin que fuera necesario para ello conocer mi verdadero nombre.
Aún deseo que la poesía me levante en vilo, me revele el misterio de su alquimia secreta para enterarme de mi nombre antes de la muerte, para entender los mecanismos que me llevarían “a merecer el canto”. Aún lo deseo. Pero quizá no es necesario que mi deseo sea cumplido, tal vez la más alta poesía (y mi verdadero reino) es el abrazo de mi hija, su conversación, verla vivir, amarla.


Guadalupe Ángeles, Pachuca, Hidalgo, México, Premio Internacional de Novela Breve Rosario Castellanos, 1999, por su novela Devastación. Ha publicado los libros de cuentos: Souvenirs, Sobre objetos de madera, (ediciones 1994 y 2005), Suite de la duda; las novelas Quieta, y La elección de los fantasmas, y el libro de prosas poéticas Las virtudes esenciales