martes, 1 de abril de 2008

Anabel Torres

Sobreviviente

(Medias nonas, Colección Celeste, Universidad de Antioquia, Medellín 1992)

No tengo respuestas.
Ningún sobreviviente las tiene.

Llegamos al hospital
demasiado adoloridos,
demasiado embolatados
y rotos

sin nada más que el amor
que pueden darnos
las manos de extraños
para recibirnos.

GUARDO EL AMOR ENTERO
(Amar, libro inédito)

I

Querías que ocultara la voz en esa misteriosa caja negra a la que nadie tiene acceso sino la casa madre, una vez sobrevenido el desastre. Y sin embargo yo necesitaba que me dieras la clave de sol, re, do, sólo al comienzo, con un silbato de metal entre los labios, para cuadrarme encima tu melodía y vagar cantando en rumbo recto, a solas, mientras las boyas tumbadas por las olas se iluminan de sol y boyan, boyan, navegan así como yo, brillando al sol en este mar inmenso de soledad y tristeza. Mis manos te han dejado mil claves en la alcoba y no abrirás ninguna, mi corazón lo sabe. Pero no haré de la soledad una blasfemia o un ruego. Porque me negué a acuñarme en una moneda que sólo tú pudieras utilizar, sellaste de negro las hebras doradas que me brotaban por ti, y me dejaste habitando las orillas del llanto, aquí, donde ni me atrevo a moverme, porque volvería a sentir el olor de tus ojos negros…

Pero todo no se ha marchado contigo. Los objetos comienzan a cobrar vida a partir de tu ausencia, por ejemplo el rosal, y yo comprendo que para seguir amándote tendría que haberme partido en dos la cola de sirena, convertirla en piernas y que me crucificaran sobre el dolor. Y sobre todo, tendría que haber cumplido con aquella condición ancestral sine qua non: perder el canto y la lengua. Sé que para seguir amándote tendría que odiarme a mí misma, la mendiga… la que creyó en la vida toda y tragó sus ripios, inflando su estómago y su corazón con mentiras.

Serás entierro y mi oración a la vida… mi frágil poción de olvido.


II

Me has besado en plena frente la vida con un beso que hace crecer un ardor que no cede en mi pecho. Al irte tú quedé estática, deshechas las defensas. Me he encerrado tres días con sus noches. Me he tendido en el charco caliente de mi sangre, permitiéndome el lujo luctuoso de palabras ráfaga y palabras cierzo. El correo de ayer trajo a mi amor de hoy con su mañana. Has llenado estos días de pan con el milagro de las migas que arrojaste en mi dirección antes de marcharte, y se tornan en rositas blancas desde mi rosal...

El deseo, ese animal muerto que arrastro, animal muerto, tu rostro, verte por esa esquina de donde no surgiste al sonar las doce; animal muerto, el vaho que lo envolvió todo cuando apenas comenzaban a sonar las once y yo aún confiaba, ‘vendrá’. Qué inútil el desaforo, pero también que inútil lo leído, el ojo que no muevo, la boca que no se mueve… tú y yo solíamos hacer tres, y me devuelves a mí hecha tan sólo una...

III

Y es inútil. Como un huracán que me arrasa, casa deshabitada, arribas como una tromba marina tumbándome las puertas y ventanas. Por ti yo me convertía en estrella china, juguete, oso de peluche, abrazo. Nada, nadie, pudo matarme igual a ti. La que mataste que vivía en mí me habita todavía, esa, que desde el día en que nos dejaste, arrastró como pudo su rostro hasta la ventana, colocó una silla y se sentó a esperar que tu camisa amarilla que miraba alejarse diera la vuelta.

Jamás volviste, y he debido sacar fuerzas de donde no las tenía para alimentarnos a ambas. Mi lucha hoy es por sobrevivir, rodeada de hogueras humeantes, hogueras que no dan ningún calor tras la desoladora guerra; drenada, tímidamente pobre y sola. Lucho contra el quedar siamesa, o mitad siamesa: ahora que tu lápiz Nietzche no tacha mis rincones ni mi dolor, debo alcanzar el alfeizar de la ventana y arrancarla también a ella de la espera.

He de ser transparente, así haya quedado quebrada, multicoyunturada como la araña dibujada con primor bajo el espejo cuando éste salta en trozos. Lo juro: he de deslizarme fuera y estar de nuevo entera. Volveré a ser promesa. Volveré a ser feliz. Pongo la mano en el salmo de la muerte a la que escapo, como una fugitiva, coronada la huida: rota, sin nadie, sin nada, al fin poseo la claridad de mis gustos y la autoría de mis pasiones.

Y aunque todo se haya roto después de ti, guardo el amor entero.


Anabel torres. Nacida en Bogotá (48), criada en Nueva York. Escribe en inglés y en español. Ganó dos premios nacionales de poesía (1974, 1980) y uno de traducción literaria (2001). Libros publicados: Casi poesía (1975); La mujer del esquimal (1981); Las bocas del amor (1982); Poemas (1987); Medias nonas (1991); Poemas de la guerra (2000); En un abrir y cerrar de hojas (2003); Wounded Water/Agua herida (2004). Es traductora. Vive en Barcelona.