miércoles, 23 de abril de 2008

Isolda Dosamantes

(Una sirena eterna)
I
Abre sus fauces en la noche que despliega una luz trémula, un olor a gato invade las paredes, enrojecen sus ojos por la presencia del humo de canabis, que asalta ya su sangre.

Nada ha cambiado.
El mismo pantalón de hace diez años,
el agua de colonia,
la barba que recorre mi piel.
Sólo atrás su de mirar ,
en el rincón más escondido de sus ojos,
hay una lágrima callada.

Abre sus fauces, sus uñas son las garras que arañan el costado, su boca se concentra en desgajar los senos de la muchacha que mira las estrellas entrar por la rendija de una cortina que cubre la ventana.

II
Las estrellas se apagan en el grito de la asfixia, el aroma a felino emana de su piel, se tambalea la noche entre las nubes que han tiznado la luna hasta esconderla. Se han quedado en penumbra, empiezan a inundarse lentamente del aroma del hielo derretido de sus cuerpos.

III
El arquero prepara su flecha hacia la presa: gacela agazapada en el rincón de unas cobijas.

IV
El arquero agita la cuerda y le enternece la piel en espiral, el arquero mira los párpados de la gacela inconsciente, apuntala la flecha: su piel es cuerda de la que surge la vibración certera que desgarra el silencio con tonos agudísimos. Sus pestañas, al deslizarse por el rostro, revelan una luz brotar entre los dos. El arquero detiene la flecha y acaricia el pelambre de su presa.

V
Los ojos de la presa están sellados por una tela de almidón, de su nariz el agua surge, los estornudos se han hecho tan frecuentes, que el hombre ha cambiado la flecha por el pañuelo azul que pasa por sus labios.

VI
Se escuchan los autos, el ronroneo de una mujer agazapada y la respiración de un gato. El arquero moja la tela con saliva, un gallo anuncia puntual la llegada del alba.

VII
El cazador deja libre a la presa: la ventana, la puerta, la reja de par en par, reciben el aire fresco y la luz cegadora del invierno.

VIII

La presa recobra su forma primigenia, lee las líneas secretas de su mano para evocar su estirpe, descubre la cicatriz del tiempo en su índice, se contempla en el Cenote Azul con la guirnalda de la boda. Bajo los túneles secretos que dan al mar se reconoce en el canto, en la curva final de una cola milenaria de escamas y se recuerda ayer gacela, gato, hoy mujer que guarda el secreto de un índice marchito.

IX
El arquero es el amante taciturno, el pañuelo es su lengua, recorre cada pie con la paciencia de un escribano cuando le dictan la carta decisiva; los tobillos, las piernas, las caderas en las que el hombre pierde el sentido, enloquece; cierra la puerta para ser fiebre y otra vez abre sus fauces. Es cazador, toma el arco, la flecha y la dispara.

X
La nota roja encontrará la flecha, el arco, el tizne de la luna; una mujer con olor a pescado putrefacto, espinas, escamas y una cabellera de serpientes. Al ver sus senos, un camino de sabandijas será la columna vertebral del reportero. Reconstruirán la historia los hombres de blanco, la nombrarán medusa.

XI
Afuera, un hombre rondará con su olfato por los cajones de la morgue, por la fosa común, por las tumbas de tierra fresca, por las olas del mar.

XII
Esa noche en que los médicos miraban en silencio el plenilunio, un canto emergió del cenote, una voz milenaria de escamas enloqueció a los hombres. Los que tuvieron suerte, son esos sordos que caminan con un arco en la mano.




(Ecos de la noche)

Cómo será tu sueño
cuando yo te he buscado sin hallarte
Eunice Odio

A
La mirada se repite con el tiempo. Es la sobreviviente luz del límite, en que inertes quedaron esos labios y aborrecieron el oasis del placer divino. Nuestra historia extraña el eco del muro, que consumió el grito en una flama redimida. Aturdidas las sombras de ceniza de ese nuestro altar, sin consuelo de acercarse primigenias, renovadas hacia el templo, en el incendio de la culpa y la mentira, se conforman con volar y hacerse polvo, en su plegaria voluptuosa que entonan a través de una ventana.


B
Nuestras calles dañan sus colores, de un soplo la verdad se hizo milagro en los maderos y de la podredumbre de una llaga acontece otra vez la despedida, movimiento en espiral, se ha ejecutado con el tiempo que ávido grazna al ayer con movimientos jubilosos. Muertas cenizas remedan el caracol, en cada curva se hace polvo, crean el fuego donde reverbera y se disipa en hálito nocturno.



C
Nos respetaron los animales, desaparecimos sobre el territorio de una soledad pordiosera. Fuimos arena a espaldas de la vida, adornamos las playas con el polvo de lo que fue ceniza. La ausencia era niebla y pecado. Repetía el tiempo nuestro destino en la orilla de una piel, un día que su sed era indecible.

Poemas del libro inédito UN GRITO EN EL ARCA de Isolda Dosamantes.

Isolda Dosamantes (Tlaxcala 1969). Académica y poeta. Ha publicado Halo del Alba (2005), Gótico Florido (2001), Altura Lustral (2001) y Utopías de Olvido (1997), Bacalar Sueño de Agua (1995). Ha sido incluida en antologías como Para tu exclusivo placer (2007), Antología Internacional de Poesía Amorosa, (2006) Eco de Voces (2004), Trilogía poética de las mujeres en Hispanoamérica. Pícaras, místicas y rebeldes. (2004). Actualmente es catedrática del CEPE-UNAM campus Taxco.