lunes, 24 de marzo de 2008

Rosa Lentini

La hermana mayor
Manos la desnudan despacio, le quitan el camisón de flores, como las que adornaron la casa en su cumpleaños centenario hasta volverla un vergel, mientras se apoya en el respaldo de un sillón con sus últimas fuerzas. El límite de esa resistencia mantiene la persiana bajada, sin días ni noches, el tiempo medido al ritmo del cuerpo, con cada respiración opresiva, aplastada por la única expectativa posible de la negación. De pronto sonríe: ¿Recuerdas? y en el aire se oye un tenue sonido de besos lanzados con el puño cerrado, donde únicamente el índice se levanta, el que impulsa el beso, lo orienta.
Tan sólo unos días después el morado sube por sus piernas y alcanza sexo y caderas casi infantiles de tan longevos. Ya su cuerpo tiene otro nombre. Cuando la colocan en la bolsa le bajo el camisón hasta los tobillos, por pudor, como si importara. Esa noche en su cuarto el lamento persiste, pero es tan sólo el lugar donde ella estuvo el que respira, letanía monótona, destino que ya no me relaciona, sueño, menos que una promesa. Y sin embargo el fulgor de la nostalgia como una viudedad, pues nostalgia significa haber tenido, haber sido colmado, aunque ahora las palabras “tú eras” sean un pasado que nada restituye. Si el otro es proximidad, viviremos contritos, concisos, pura clausura, arrojados a la falta y a la falla, ahora que el lenguaje es destinado a partes iguales por deseo de permanencia y por conmoción. Escritura incapaz de participar, lengua sola para la página, distancia. Nada que podamos tocar. Palabra, tan solo recuerdo enamorado.


LA HERMANA PEQUEÑA

“No”, dice rechazando el agua, “no” y se deshidrata. La paciencia es un estado de alerta, la angustia lo es de la espera. En la agonía sigue los pasos de su hermana como quien asume un objetivo. El sonido de la máquina de oxígeno crea la ilusión de un neumático que se hincha y deshincha a toda prisa. Un amor que el silencio invade y una nostalgia, aún cuando nostalgia significa haber tenido, imperceptible y sin embargo abismal su paso hacia las sombras, las palabras “tú eras” boqueando para salir. Las últimas semanas desayuno de pan tostado con mermelada y una taza de café al que se le añade espesante para no morir de un ahogo, y agua, de nuevo espesada, para ingerir la batería de medicamentos apuntados en un tablero colgado en la pared de la cocina. Todo con el fin de mantener el precario equilibrio de un cuerpo que busca despedirse. En el otro extremo las ganas de vivir. Y una inmovilidad en el no, una última renuncia, no más comida, no más agua, no más vida. Vida que su manchada piel lechosa convierte en ilusión porque no hay raíz posible si no hay amparo en otro cuerpo. Quedan las efemérides, los recuerdos, aunque ebria de nostalgia la memoria tampoco es realidad, ebria creencia de realidad privada de realidad.

Así ella se rendía llamando a su hermana al negarse el alimento: “no más comida, no más agua...estoy llegando”.


ROSA LENTINI (Barcelona, 1957). Poeta, traductora de poetas franceses y poetas norteamericanas, crítica y co-editora de Ediciones Igitur. Miembro fundador de las revistas Asimetría (1986-88) y Hora de Poesía (1979-95), de la que fue su directora. Poemarios: La noche es una voz soñada (1994), Cuaderno de Egipto (2000), El sur hacia mí (2001), Las cuatro rosas (2002), El veneno y la piedra (2005) y Transparencias (2006). Sus poemas han sido traducidos al inglés, italiano, francés, catalán, rumano y portugués.