lunes, 31 de marzo de 2008

Luisa Helena Calcaño Gil

El tiempo en el laberinto

Un llamado a tiempo cuando el sueño se transforma en pesadilla. Campanas del templo maternal asediando el viaje. Un péndulo de soledad en una fuga irrevocable de la vida, en un curioso artificio para las pompas de la aniquilación y el caos. Un antídoto secreto para la despedida.

Un llamado maravilloso al cotidiano encuentro con la vida. Rutina con olor a café y sabor a buenos días. Un sistemático tic tac preciso, eficiente y exacto. La simetría de la costumbre, el hábito y la obligación en el ascetismo estoico de la rutina y el trabajo.

Adherido a la piel para calibrar la amarga corriente del hastío y la ilusión perdida en el vacío. ¿Cuántos minutos necesito para olvidar el resplandor que ciega, y así matizar la agónica insistencia de los riesgos sobre los riesgos? Un transplante cotidiano para evaluar el desasosiego y los límites espirituales imposibles ¡Como aquilatar la obsesión por el vaticinio! ¿Como medir la tozudez y temeridad en las hazañas? Un reloj de arena para mediar la alegría caprichosa del ocaso, una incierta sonrisa del alma triste y percibir la continuidad de la vida.

Un reloj para hacer un compromiso con la luz de Reverón y La Lengua Sucia de Uslar Pietri. Una máquina que invite al sueño de la muerte de Quevedo, que permita buscar la luz y la sombra, lo maravilloso y lo esotérico, las empresas riesgosas e inciertas y los peligros de las noches sin luna. Una clepsidra adherida a la piel para encontrar el ángel de Patricia Guzmán y olvidar la precaria agonía de una familia.

Un lúdico proyecto para ver la vida y el sueño, medir un ritual aniversario y percibir la puerta abierta por donde debo pasar para encontrar un ruiseñor con un tiempo dislocado y desmoronar los goces de la memoria. Un reloj que permita la desmesura, teja y desteja la vida y permita ver una encrucijada que parece abierta. Ahí, donde está la rosa de la rosa, y pueda llegar a ver la luna sangrienta de Quevedo.

Una máquina que mida el tiempo sin medida, y permita decir hoy es mañana y es ayer. Un reloj que verifique el tiempo en el laberinto donde vivo la vida que no es mi vida. Aquel reloj de la tarde de septiembre del 2005, donde Armando Rojas Guardia quiso que fuera poeta, y así vivir para encontrar el poema. Una máquina que mida el sueño y permita el tiempo donde nada puede ocurrir, y se suceda la aurora y el poniente, y en forma continua pueda volver a soñar lo soñado y los rostros no pasen como el agua. Una máquina para estar siempre presente todos los nacidos del mismo vientre cuando la noche abre o cierra el día.

Un tic tac que mida mi locura.


Y aún más

Atender una voz y oír desde el seno de un abismo de plenitud. Perseguir una experiencia en mundo de la noche, un sendero con destino y una conciencia de realidad. Escuchar el éxtasis de otros y entrar en la noche del espíritu

Y aún más. Fiarse al carácter inextinguible del murmullo. Leer lo escuchado por otros,
sentir y escribir en la penumbra. Atención, atención. Percibir, auscultar y aguzar los sentidos. Pisar esa selva sin árboles

Y aún más. Encerrada en el desierto de la noche. Yerma, incomunicada y excluida. Divagar en los encierros de la mente. una psiquis desordenada y enferma. Un brusco silencio, una angustia indecible. sellos en la mente de un estigma controlado. Insomnios y pesadillas sin sentido. Temor y miedo a sueños recónditos e indocumentados. Y la sombra soplando sobre la llama.

Y aún más. El reino no es de este mundo. Un silencio me separa de todo abismo. Una noche sin tormentas. Unos rayos sin luz. El brusco silencio de Racine. La imposibilidad de expresar esta pasión. Todo el tormento de Mallarmé, y hasta la angustia de lo indecible manifestada por Baudelaire. Esa luz está en poder ser apagada

Y aún más. Una interrogante sin respuesta ¿Qué sucederá cuando los ruidos hayan desaparecido? ¿Qué provoca la sombra soplando sobre la llama?

Abismo y silencio. Noche y día. ¿Por qué me has abandonado? ¿Dónde estas que no te veo? Eres luz que no tiene noche, siempre luz, Nada te turba No es resplandor que deslumbre, sino una blancura suave y el resplandor infuso, que da deleite grandísimo a la vista, y no la cansa

Tú señor sol, solo eres mascara de la noche. Esa luz sin sol de Teresa. Todo hace presentir: Tú presencia, Tú grandeza. Una noche de Dios


Luisa Helena Calcaño Gil Nació en Caracas, Venezuela, Licenciada en Sociología en la UCAB (1966), Postgrado de Urbanismo, UCV (1971) y Postgrado de Transporte Urbano, USB (1989). A partir de el año 2000 se incursiona en el género literario motivada por los talleres de poesía y ensayo de Armando Rojas Guardia (2003/2008) y el Taller de Periodismo y Memoria de Milagros Socorro (2004). Tiene en forma inédita un libro de poesía ¡Salvar la Rosa del Olvido!, y un libro de crónicas comprometido para su publicación (Amistad a la Intemperie) en torno a la vida de Armando Rojas Guardia y la pagina electronica Rostros Urbanos