lunes, 7 de abril de 2008

Gladys Ilarregui

Ellas y nosotras


Gracias te doy por las duras piedras que me dieron
origen y me dieron destino, por los rostros enclavados
en Palenque o en las paredes rojas de un templo en
Yucatán, por los orificios de las orejas donde
penetraron los aretes de jade y los cuellos dormidos
donde soñó un collar una travesía de manos y caricias.

Ahora, con la mirada distraída de ese libro azteca,
cruzo el tiempo como se cruzan mapas oscuros con
mares hirviendo, y un sabor a sal en la boca por
la sangre de otros despide el viaje roto de la inocencia
hasta la patria que no nos pertenece, en el silencio
hacia la soledad, hasta volvernos locos de estar solos

tanto tiempo solos, tantos años solos en lugares de otros.

Hay un dolor parecido a una piedra, a una piedra arrugada
y por momentos lila, un dolor-piedra en el pecho que
cruje con cada cosa que dejamos atrás, cruje como piedra
gira como piedra, se hace piedra en el corazón, toca
lo íntimo, desencadena un trayecto del que no se vuelve
con las horas intactas. Soy a veces esa piedra, antes

de dormir y de parirme cada mañana ante el espejo.
Soy a veces esa fuerza contenida y a punto de rasgarse,
por un dolor que acelera rostros y que trasmuta edades
cayendo en las páginas de un libro donde otras piedras
hicieron otras vidas, tocaron el fondo de otras soledades.
Gracias te doy, por esas mujeres que allá entre sus
ídolos, tenían tanta necesidad como yo de sobrevivir.



ESTA FUERZA LOCA
¡Todos los muros traman dolores cada día!.
La ciudad- Silvina Ocampo

He venido a decir cuatro palabras rotas contra
un espejo a cuerda, y si el espejo esta cansado puede
no iluminarte, y si la casa está revuelta puede ser
que una pájara hundida en la memoria haya revoloteado
y si la ventana se abrió contra el sol puede ser que
el estallido de la luz desarmara las sombras de las
patas de la mesa, de las sillas y los platos.

Sobre todo pido respeto por mi interioridad que no
tiene nociones de principio o final, que no se mueve
como lo esperabas, ayer me abrí el rostro y me
encontré una espuma verde, como de ese verano
y me eché a llorar como una tonta.

Porque no estás aquí y la vida crece con sus manos
oscuras, he decidido llevar este mensaje más allá
de esos árboles aniquilados por las hojas viejas
y por el viento del otoño, he deseado proclamar esta
fuerza que de pronto me nace, como una fuerza loca
como si fuera abrir una pared con las dos manos.

La casa es lo de menos, los cuchillos feroces son las
voces que se quedaron enganchadas a los hilos del
agua, los gritos de los inviernos salvajes en la piel
de la escarcha, la marcha en la calle por un derecho humano
rotundo y categórico: quiero vivir en libertad, y
quiero un mundo donde las cosas que se rompen

resuciten sin sangre y sin heridas
sobre las calles pobres.





Gladys Ilarregui