martes, 27 de mayo de 2008

Jordi Virallonga





DE MUJERES Y MUJERES OTRAS

La mujer que piensa duerme con monstruos
ma semblable, ma soeur.
Adriane Rich


ENSAYO DE CONVERSACIÓN CON MI HIJA FREGANDO LOS PLATOS

Hay días como vasos:
no es preciso olvidarlos,
dejan de ser porque ni fueron
un rato siquiera, se amontonan
como sombras, como números de arena;
permanecen, se secan, da lo mismo
si se rompen, si los roban,
siempre están como la luz, como si nada.

Sobrevivir, ser sólo
de hembra educada,
como yo, por otras hembras,
creciendo entre rápido y despacio,
primero fútbol, automóviles,
luego adolescencia: orgasmofilia,
y ya más tarde trabajar,
cambiar ropa de casas y de armarios,
hijos y escribir poemas
que hablaban de mujeres,
no de todas las mujeres,
ironizando contra la historia
que trató a las que ahora poseen segunda residencia
como a objetos sexuales, como mendigas,
disminuidos varones,

y yo como Espronceda a los piratas,
como el Papa de Roma a la Virgen,
como las niñas a la virgen de la cueva

(había otras que no cuentan,
que casi no tenían cuerpo ni cerebro,
ganas de pensar y de morirse solamente,
de extender la mano, notar surcos,
una boca lamiendo dedos esperando un gramo,
otro niño, demasiado caballo
para una olla a presión tan pequeña,
ella, con su hombre en una galería gris,
a quién sobornar con sólo su cuerpo, lo que queda,
dónde está su clinisvud,
quién le dirá: fue un honor haber cabalgado contigo),

como Zorba el griego a madame Hortense,
planeando el asesinato de Bernarda Alba,
riéndome de Penélope que protegió durante décadas
el reino de su esposo, mientras yo, como muchos
y otras, pocas, luchaba
por el sufragio universal, la amnistía,
la lengua que las mujeres de mi pueblo hablaban,
para exigir justicia como puños,
a puñetazos, torturadas ellas por padres,
por maridos más que por policías
grises, como todo lo que veíamos entonces

(gabardinas volando, qué enjuta gente
y qué encogidos vamos todavía, Barral,
la misma geografía, la misma historia,
la Biblia, los brutos cargados de razón,
otra vez viriatos atestados de transilium,
neandertales del ingenio y la pobreza
con su rabo entre las manos vigilando
comercios, esposas, discotecas,
y al amar qué caballeros, qué cuidado
pone de nuevo el ideópata español,
que hace el amor pero no folla,
pues no permite tamaño deshonor para su polla,
que no mete en la olla, que corta a quien le mira mal,
que toca para molestar, que pica, que se levanta
y en asonante enarbola, asola y acrisola,
y los niños no vienen de París, como Darío,
ni Nerón quemó Roma y además los españoles,
definidos por siempre ya
como un intratable pueblo de cabreros,
siguen estando orgullosos de serlo
en libertad; quién libertad, qué libertad, cómo libertad
si es definible, negociable, poseíble
... aquí no hay fortaleza que sucumba
y tenga que ir al psicólogo
a que le reviente la cabeza),

y me hice a lo gris como un paisaje al metro,
los recuerdos, las fotos,
porque una insuficiente realidad para ser feliz
le basta al desgraciado,
y al que huye y al que en secreto roba
y es amado incomprensiblemente,
porque nadie es digno de ser amado,
aunque lo es, aunque es extraño.

Soy hombre -lo digo sin orgullo-
y aunque viví mucho tiempo avergonzado
no tuve la culpa del pecado original,
como no tuvieron la culpa todas las mujeres
de conservar la especie, tan diversa
en las ciudades donde la vida depende
de varias cosas no muy evidentes
pero que funcionan, como las orcas
de la mitad de su cerebro cuando duermen,
lo mismo que las mujeres otras

(las novias esperan
a que las recoja su hombre con la furgoneta,
en mi barrio, que es una ciudad pequeña,
mayor que muchas capitales,
pantalones de chándal, ellos,
la camisa de la fábrica, van al cine,
ella ceñida, pelo largo y cepillado,
negro, negro o pelirrojo mutante,
y luego a comprar cervezas a la gasolinera,
son duras, pero van a amorrarse
a su bragueta a la segunda insinuación,
no van a disgustarles
mas tampoco tragarán semen en vano,
quieren casa y huir, pero no mucho,
un cuento colorado al que entregan
su fidelidad primaria, perentoria,
su cuerpo por un hombre con una furgoneta
es básico principio de obediencia,
lo primero que se aprende, mas no importa,
no lo saben, fue así siempre,
tendrán dinero, tendrán hijos
que serán esclavos de un maestro matricero,
del encargado, del contable, del gerente
y éstos de los dueños
y todos del director del banco
y del banco propietario de su piso hipotecado,
de la furgoneta, del viaje de bodas al Caribe,
y no subirán los sueldos más que el interés del préstamo,
lo impide un dios abstracto
suma de hombres y valores que sustentan
un poder más alto que la justicia, la libertad,
la democracia, en manos de gestores, coroneles y obispos,
seres que dicen negar
toda esclavitud del ser humano

-la mujer, todo para la mujer pero sin la mujer,
mas no toda mujer,
tiene preferencia en el mercado de las pantallas,
de las revistas, en los documentales,
a causa de los hombres prevalece ante los hombres,
es una privilegiada independiente,
que no pasa ni una, como las más divinas,
de padres millonarios, de novios de yogur en el sofá,
en las pasarelas, en las playas y escenarios,
con el sueño que sueñan las que no tienen nada,
la envidia de mujeres también, pero no tan mujeres
al parecer,
mujeres otras, multitudes que trabajan
en un taller o en un supermercado,
que no tienen preferencia, que cobran la mitad que el encargado,
que se van al paro preñadas,
que no viajan en avión constantemente
ni conocen el interior de los hoteles, de los restaurantes,
que se visten en grandes superficies comerciales,
que esperan las rebajas todo el año,
los ojos abatidos en el último turno,
el último cliente, mas sus hombres las esperan
y ellas dejarán que hablen y hablen,
no les importa, darán placer a quien las quiere,
incluso a quienes las desean y las oyen;
total nada les cuesta,
o poco,
saben ya que algunos tiros salen por la culata-,

porque la diferencia entre quien percibe un salario
y un esclavo es tan sólo moral,
pero eso le da lo mismo a mujeres que conozco,
que comercian, limpian casas;
me visita y visita un día cada quince una cárcel
para que tenga su hijo un padre a toda costa,
y no pregunta, sólo espera,
siempre hay alguien con poder que lo ejecuta
un rato antes de ver a su marido
y le lleve una sonrisa automática:
Cuando salgas todo cambiará, yo rezo por ello cada día.

(Ha de irte muy bien o muy mal para creer en Dios en esta vida,
desde luego),

las que recuerdan a sus hombres,
las que cocinaron también para sus padres,
se acicalan con dulzura
y averiguan que es el juego
un mero simulacro de la muerte.
Antes de volver a la oficina dos coladas
y los platos. Llega tarde, llega tarde
y sus compañeros la olieron duchada,
las camas luego, al volver,
unas cervezas, planes simples
y se casa y los niños gritan su nombre sin descanso:
no se llama, nunca se llamó y ahora
se llama mamá y se llama alguien: alguien
debiera ordenar la casa, alguien
podría sacar la basura,
no era y ahora es indefinida:
debiéramos mirar las facturas, guardar
el coño de juguetes de por medio,
y puede que el piso arda, que alguien caiga
al bajar las escaleras, al tender la ropa
en el balcón, todo está debidamente asegurado
y previsto, nunca vivimos, recuerda,
mejor que ahora, lo han dicho todos los gobiernos, además
¿qué le importas tú a la lluvia,
a la regla, a ese bruto que ha jurado
matarnos cuando salga de la cárcel y a esos críos
que te sacan de quicio, a la historia
que nunca se escribió con hechos,
si habías de ser una princesa?

(Las mujeres se casan mucho antes,
les regalan su muñeco
en un carrito de juguete y le hablan:
tú serás notario y yo seré la reina,
no habrás de pegarte con nadie,
miraremos los dos desde la torre
a los que van por mal camino
y todo será verde que te quiero verde,
pero en mi barrio quedan lugares sin tiempo
y sin recuerdos que nadie se ha llevado,
a veces sólo a tiras,
como trozos de anuncios antiguos bajo puentes,
donde una muchacha oye música y la aplastan
tendida sobre una colchoneta de playa,
si hay suerte y llueve en un portal,
en la cabina de un camión, de una furgoneta,
con sus ojos de niña, trabaja,
es puta o no, siempre fue pobre pero honrada
y no se cansa de serlo, le cansa esta miseria,
este vacío, esta pasión que ya llegó a su límite,
porque el tiempo y la inocencia
la llevaron a estar con él, o aquí, la vida entera.

Maldigo las muñecas, maldigo la cultura
concebida como sea, maldigo a los poetas,
maldigo la miseria y maldigo
cualquier filosofía que me entregues
y maldigo el estado, su palabra, su iglesia
porque estoy en paro, no tengo dinero,
tengo un cuerpo, mi cuerpo por un séptimo primera,
por caballo, para que el funcionario de prisiones se haga el loco,
por ternura, por un hijo,
por volver a tener sueño y tener hambre

(hay otras que no sufren ni piensan,
aunque parezca imposible,
y no saben cómo hacerlo;
están en otras partes, dictan el uso
y el abuso y se lamentan de tanto puterío,
tanta infamia por su ciudad llena de negros,
de árabes y promiscuos
que mean en la calle y acojonan
y pretenden cambiar la sociedad
por la mierda de sociedad que han abandonado.
Las mujeres correctas,
también hoy las rebeldes mas fanáticas
–es curioso-,
son el resultado de una mística
sagrada de ambiciones, leyendas e ideas,
por eso, sin pasado ni futuro, son la ira,
la verdad, la clemencia, la justicia, el perdón,
el bien que puede al mal
de tanto delirio moral como atesoran,
son absolutos universales curiosamente transitorios,
que se reproducen y mueren como un apellido,
que temen a la muerte y no a la vida),

y si comes qué más da cómo te llames,
si temes a la vida, no a la muerte
ni a los hechos ni a las ideas
ni a lo sagrado, ellas otras no temen a nada
más que a la tortura, pero al llegar la noche
quizá lleguen las monedas,
un sí tendremos hijos, un puede que nos casemos,
un empiece a trabajar ahora mismo,
un me place comunicarle que esta editorial publicará su libro,
un estoy orgulloso de ti,
un la espero en el plató del programa,
un mamá te hice la cena, espérame despierta, te quiero,
mucho.

Entre unas y otras difiere
que unas son amor y otras amantes o eso piensan,
unas la esclavitud, otras esclavas de oro
o del poder de la revuelta,
unas la muerte, otras inmortales porque quieren serlo,
que no reciben un sueldo, no aman,
sin embargo otras sí,
sí que aman y sí que ganan dinero,
sí que hacen el amor y a veces joden,
sí que controlan tornillos
y troquelan troqueles, sí que son camioneras
y felatrices y sí, sí que esperan finalizar el trabajo
y acostarse largamente con quienes a veces,
como las fuentes públicas, dan la poca agua que tienen
y no las maltratan,
y sí desean ser la señora burguesa
o la actriz, la modelo,
la escritora, pero no una bióloga,
una empresaria marimacha
ni una diputada que no sale por la tele,
quieren lo que saben hacer
y no saber más, no quieren cambiar de hombre,
ya no quieren más trabajo que el que tienen,
y tienen lo que tienen:
belleza, o no, pero sí una férrea,
incomprensible, voluntad de conservar
todo esto que puebla la tierra,
porque frente a lo absurdo
cualquier palabra nueva es bienvenida,
y habrá que pensar
en que los muertos dejen de mandar sobre los vivos,
en que nosotros hicimos ya nuestro trabajo,
en que toda persona pueda ser feliz, si quiere,
en que hay mucho que cambiar en todo esto.

Nadie es igual a nadie, hija mía,
ni es cierto lo que todos creen,
porque nada que importe se explica fácilmente.

Las mujeres, tan diversas, se amontonan
en una historia agotadora
que escribimos los hombres con palabras agotadas,
comodines que usarán para que creas
que sigues siendo tú aunque te agreguen
a la pasividad de una especie protegida.

Te lo dice una persona que en otras se amontona,
que trampea con cartas marcadas
y a veces le estafan y pierde y por eso
está harta y espera tan sólo
que no sea tanto todo lo mismo,
que cambie la fecha y que entonces
las cosas prescriban lentamente sin lamentos,
que el ser sea y no parezca indicar,
que termine de una vez lo interminable,
que nazca otra vida del ocaso de los dioses.

Jordi Virallonga (Barcelona, 1955) es catedrático de Literatura Española de la Universidad de Barcelona y Presidente del “Aula de poesía de Barcelona” desde su fundación el año 1989. Su obra poética la componen: “Saberte” (Laertes, 1981), “Perímetro de un día” (Laertes, 1986), con prólogo de José Agustín Goytisolo, “El perfil de los pacíficos” (Libertarias/Prodhufi, 1992), “Crónicas de usura” (Kutxa, 1996 y Plaza&Janés, 1999 -Premio Ciudad de Irún, 1996-), “Los poemas de Turín” (Lumen, 2001), “Llevarte el día a casa” (Ayto, de Málaga, 2000), con prólogo de José Hierro y “Todo parece indicar” (Hiperión, 2003 -Premio Valencia, Alfonso el Magnànimo, 2003-). Asimismo es Premio Villa de Aoiz. Ha sido antologado en diversas antologías de poesía española, algunas editadas en México, Venezuela y Argentina. Algunos de sus libros de poesía han sido traducidos al árabe, turco, portugués (“Quanto se de mim” –Teorema, Lisboa, 2000, con prólogo de Nuno Júdice) e italiano (“Il profilo dei pacifici/Le poesie di Torino (Edizioni dell’Orso, Torino, 1992 y “Cronache d’Usura” (Campanotto Editore, Pacian di Prato (UD), 1999. Algunos de sus poemas, además, han sido traducidos al francés, inglés, portugués, rumano, macedonio y danés.