lunes, 4 de febrero de 2008

Zacarías Jiménez

La morada calvicie de la bugambilia

Sus ojos lloran mármol, pámpanos donde los racimos de luz se derraman
hasta el tuétano de la primera tribulación.
La ausencia zumbante es el salmo apócrifo de la esperanza viviente:
sarmiento podado con garfios de infidelidad y la existencia roja de las cochinillas.
En la bartolina del cáncer NN2, la mujer,
huérfana en su infancia del chocolate Carlos V, sabe que cuando sus manos
detecten la pluma en su tinta confirmarán el espontáneo vuelo del pichón,
con la hiperbólica premura del amor a priori.
La sombra de los huisaches cobija el exilio del silencio torcido con que tropiezan
las tortugas en las cabañuelas, cuando es más fácil encontrar el sol enfermo en un pajar.

La madre y el crío pintan su raya entre el divorcio y la torre de Babel,
y la mudez tendrá cuerda y requinto aun para los más tiernos quereres.

Entre la miopía y el adiós del muchacho, el dolor es el águila rejuvenecida,
cuando el mármol se derrama en las petacas sordas del alfabeto.

Y la mínima tormenta de sal remitirá el recuerdo de la madre al momento de la primera nalgada, cuando el sueño ladraba a la vanidad de vanidades,
en el mediodía enclavado en la senda antigua, ajeno a los ventarrones de marzo
que hoy reclaman la morada calvicie de la bugambilias.

Zacarías Jiménez