lunes, 4 de febrero de 2008

Jessica Piedras

SOLEDAD DE SOLEDADES

he muerto.Haz muerto sola, solas.Todas, ninguna.Con maleta en mano hemos muerto.Al llegar la noche.Al irse la luna.La vela anuncia tu llegada y mi partida.Ola tras ola repiten mi muerte,murmuran, susurran mi falacia.Hemos muerto por un balazo en el sillóny un tropezón en la escalera.Caminamos frente a la taza de pan,el tarrón de azúcar y el piso de sal.La escopeta te ha quedado grande,te sientas sobre ella y no te señala.La soledad invade la luna,deja camino de besos y pasos pensados.No te asomas de la cama sólo salen tus manos.Nos invaden las estrellas y el sol.Desierto está mi rostro, tu rostro, su rostro.Pequeña estoy ante la muerte,disfrazada de melancolía me encuentro.La puerta no contiene aun mi llegada turbia.Soledad de soledades he muerto.Hemos muerto sola, solas.Todas, ninguna.Callada la mirada nos persigue a cuestas.Mujer me llamo, Mujer te llamo.Mujer nos llaman


MARCAS DE AGUA que trazan tu vidamarcas de piel que te desnudan,marcas de sangre que te aniquilan,que te humillan, que te acaban.Postura de manos que evocala oscuridad de tus senos.Imagen postrada en la memorianegándote con cada sombra.Línea tras línea,hora tras hora,apenas vivo y quedo,muy quedo muero.Segundo a segundo,marca tras marca, sombra tras sombra.No despiertes que apenas vivo.No hables que apenas muero.

NO ESTABA LOCA, solo estaba enamorada. No estaba loca solamente estaba enamorada... que no estaba loca carajo... que simplemente estaba enamorada.


Cada mañana antes de desayunar ella platicaba estar perdidamente enamorada. Lloraba sin que la luna desvelada la entendiera, reía incompleta entre sollozos, entre gritos largos y burdos mensajes de palomas grises. Ella se giraba por completo desde el campanario de sus sueños, velaba a la paloma desterrada, rezaba de memoria leperadas incompletas y murmuraba al oído de sus hijos lentos cuentos de dragones tuertos. Me corría de la sala para darse baños de aventuras imperfectas pero claras.

Ella, que estaba enamorada continuamente se mojaba y brincaba de su cama. Continuamente se caía sin poner las manos, sólo la cara. Continuamente me besaba por las noches para salir corriendo gritando que me amaba. Cada media hora hidrataba su cara con agua salada, pero nunca, nunca gritó por completo su odio enmascarado. Nunca terminó su cuento inventariado por las hadas. Siempre se mostraba niña envuelta en costras secas y manchas blancas. Pedía limosna de aguacates dulces y papayas verdes. Decía estar dentro de burbujas de jabón y dormir sobre alfombras continuamente inhumanas.

Ella, que muerde ante el movimiento brusco y el aliento seco, que rasguña el viento librándose del equilibrio falso de listones tensos. Ella, que huye con frecuencia del canto verde, que no soporta el bao incoherente e impuro, que sólo precisa el día de su encierro, que sólo acepta la indulgencia de sus pasos, que sólo recibe la claridad del sonido intenso y que no soporta a nadie de carne y hueso.

Estaba loca y creía estar enamorada. Estaba solamente loca y creía estar enamorada... que estaba como pinche loca carajo y creía estar la muy pendeja, enamorada.


Jessica Piedras le canta al erotismo nocturno, a esa sensación que se alarga como la sombra en plena media tarde, llega siempre para no quedarse, se despide lento y en silencio y jamás regresa. Toma la palabra con la que se nombra y la arroja al mediterráneo para que en diciembre llegue a la costa de Oaxaca y la reciba. Escribe de su muerte, esa que ya tuvo, le canta a las diosas que la acarician en pleno río Tarento y le hace el amor a la soledad dormida. Ella no es hechicera ni adivina, es constelación marina que se despide como las amantes, junto con el alba.