martes, 4 de marzo de 2008

Nadia Leticia Avila Salazar

Relato de la mujer oxidada

1er fragmento.

I

Cuando la tormenta pasa, el aliento de la mujer regresa.
Había tantos charcos que me atormenté de inmediato.
Y entonces… el maldito entonces ocurrió.

Un frío aterrador se adueñó de mi espalda y de mis llanos.
Fue como caer mil veces sobre la hierba escarchada de la mañana.
Fue como una parvada punzante sobre mi desdichada nuca.
El olor de la fértil figura del cielo y de la tierra me provocó un espasmo,
Una mueca y después el llanto.

Al caer sobre la tierra, un abismo sin raíces me vistió.
Era tal mi desnudes que aun con los ojos cerrados
Me fue imposible desfigurarme.
Me dejé caer aun más. Me dejé caer hasta tocar ese algodón que, infinitamente me deleita.

La tierra no tiene sexo. Lo vi con mis propios ojos que
Han de ser de los lobos y de los ciegos.
El sexo mío es el fantasma milenario que habita en
la cavidad de cuanta alma en pena llega y penetra al sueño.
El sexo mío es la costumbre de los ríos secos y las danzas
de los locos atormentados.

II

-¡Soy una mujer oxidada que muerde los cuernos de la luna
cuando hace frío!- diré los domingos desnuda y en ayunas.

Encenderé el cirio de mis penas para lamer la cera
que aún mantiene brillantes y rosados a mis labios.
El que me haya escuchado mirará al sol y correrá hasta
su mujer para besarle los tobillos.

Encenderé más cirios y con su fuego espantaré a los perros.


III

Palomas grises me han revelado los secretos del sabor
De las iglesias y de las azoteas de maíz nocturno.
Escuché el poema de su aleteo y he despertado.

Mis cabellos estaban clavados a un viejo árbol que
Me miraba húmedamente. Sin decir nada, me decía
Los nombres de los tiempos y de los hombres.
Susurraba los versos de tierra y muerte que tanto beso.

Le escuché desnuda, con los ojos cerrados y trabada la lengua.
¡ Ay de mí si no le escuchaba con reverencia y devoción!
Hubiera sufrido y me hubiera marchitado.
Cerré los ojos cuando estaba a punto de decirle algo.

Las pestañas, no me sirvieron de palabras, y no pude dar ni un paso.
- Oh hermano, ¿porqué hablas con esta mujer despeinada,
sin brillo en ojos, de piernas torpes y moreteadas?
¿Porqué me has mirado como al germen que mutila,
como al anillo de piedra, como al lino oloroso, placenta, acueducto?-

IV

He cogido las oxidadas tijeras para tejer el trazo de un cinturón.
Un cinturón que apriete la carne roja que se me escapa, que se me quema. Acalambra.
Cortaré el trazo de un cinturón que ciña con fuerza a mi figura
Las imágenes del otoño que viniste a mí. Paso lento y lengua seca.

He tomado la aguja del pajar para cortar la frazada
Que cubre tus pies descalzos y vaporosos.
Los acariciaré con la navaja que me has guardado.
Sudarás al verme bailar bajo la lluvia,
Abrazando un cuchillo. Mis senos notaran tu frío
Y lo harás todo para quemar aquel cinturón.
Para ahogar mi garganta en charcos que no reflejen
Mi nombre… Mujer oxidada.



Nadia Leticia Avila Salazar. Tala, Jalisco, México