miércoles, 16 de abril de 2008

Martín Mérida

VERGÜENZA



Anoche soñé que te mataba al pronunciar te perdono
Magdalena enterrada entre palabras
Soñé lanzarte una piedra
Junto a estos hombres de ley y templo

Es triste ser hijo de Dios y vivir ahora
Negro el instante de decir no te culpo
Y continuar el camino
Mientras escribo tu nombre sobre la tierra
Me siento inútil de sostener tu mirada

Todos se han marchado
Nadie hoy ha de asesinarte
Aunque estás muerta al no creer en nadie
Aunque estás muerta pues aún somos nadie

Magdalena
Te regalo mi piedra
Como tú
Es también de agua
Ponla en el centro de tu sala
Yo he de ir al mar
A lavarme la cara



A Bonifacia Bartolomé Roblero.
In memoriam.

En la casa de mi abuela están sus cabellos cortados desde cuando era niña y, junto a otros misterios, retozan en un cofre ballena de color vino.

Los libros sobre Poetas de América se pueden ver sobre la mesa junto al retrato ovalado desde donde sonríe mi bisabuela Tiburcia. Y no me canso de pedirlos prestados para leer Los motivos del lobo. Abuelita Boni: ¿le leo un poema?..

Mi abuela me escucha y después canta una canción de Agustín Lara y me gusta observarla desde un escalón de ladrillo recién barrido. Su voz se va haciendo tan delgada que, de repente, se confunde con los grillos. Entonces me mira y sonríe con la transparencia de sus ojos negros; ignaurando, de esa manera, el momento de hacerle preguntas que responde con relatos ciertos como secretos para espantar tempestades.

La casa de mi abuela huele a pan horneándose y a humo de hierbas y de café tostado. En un pasillo de esa casa hecha con adobes, mis hermanos y primos descascaran cacahuates para la confección de dulces. Y la más chica de mis tías; mi tía Emperatriz, bate claras: a ver si pega el turrón. Mi tía cada vez tiene más ocurrencias sobre como forjar figuras de gatos que después da tristeza comerlos.

De pronto mi abuela brota hacia el patio, rumbo al horno de barro, con una paleta de madera larguísima. Y me causa admiración lo de su fuerza para meter y sacar del horno tantas bandejas pesadas. La miro, y como alas de lo irreal llega a mis ojos la palabra artesa:

Artesa arca para amasar y dar forma a perritos, cuernos, conchas bizcochos, morelianas... Artesa: poemario de madera en el centro de estas horas en que mi abuela hace pan y eso no es poco.


Martín Mérida (Motozintla de Mendoza, Chiapas) vive en Guadalajara, Jalisco, desde 1988. Ha publicado los poemarios: Donde convoca el alma (UNACH, 1996). El milagro de tu voz distinta (ITESO, 1999). La pasión según un hombre cualquiera (MANTIS, 2002). El país de la mirada (primera edición por UAN y LITERALIA, 2003; segunda edición, por LITERALIA, 2007). Su primera novela: El poeta y el niño de la piedra, fue publicada por el CECA en el 2005. Ha sido becario tanto del CONACULTA Chiapas como del CECA Jalisco. Obtuvo el premio nacional de poesía «UdM», 1999 y premio nacional de poesía Amado Nervo, 2003.