lunes, 24 de marzo de 2008

Lidia Ana Meriño Hernández

Me he zurcido las arterias

a escondidas de mis hijos
y oculto la aguja de sus ojos asombrados
que perciben la cicatriz.
He adquirido cierta destreza
para sustraer el hilo a las moscas
que sostienen la vida al paciente
de la cama doce.
Un amasijo de hierros oxidados
pudiera derrumbarse,
mas asumo el riesgo de la delación.
En el patio un perro enfermo
espera su cena del día,
siento su hambre espiándome,
conservo la calma,
me abstraigo,
otros casos parecen más atractivos
aunque cierta gota de sangre
despierte su recelo.
Me salvan las adolescencias,
debo guardar la luz
para el cabello de mi hija,
la flor de sus pequeñas manos;
para el hombro de mi hijo,
su pulmón,
su distraído paso de dieciséis años.




UN ANIMAL DORMITA AGRADECIDO
a la ventura de mis pies
y en la verja retoza el vendaval.
Te observo furtivamente
en lo que ocultas el resplandor
que ilumina tu rostro.
Puedo verlo y presentir su peligro
en mi estómago.
No es paranoia
porque el animal respira.
Siento su vaho tibio,
ajeno al escándalo de las ramas que se precipitan.
No has dejado un cirio en esta casa,
anochece.
Destruyo lo que queda del país
conocido solamente en una cartulina
y las hojas tiemblan presintiendo
la ausencia de luz.


Lidia Ana Meriño Hernández, (Pinar del Río, Cuba, 1968). Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Licenciada en Español y Literatura. Ha publicado poesía y narrativa para niños y jóvenes: Villa Lomita (Edit. CAUCE, 2002); En el estanque azul (Edit. CAUCE, 2003); Lloviendo, (Edit. El Mar y la Montaña, 2005); Cuando el tiempo salió a paseo (Edit. Capiro, 2005), y El libro de todas las lunas (Edit. Capiro, 2007).