martes, 1 de abril de 2008

Elianne Santiago

La sibila fulgurante
En silencio entona el conjuro
de la realidad centelleante
para que no domine la tiniebla,
para que el pabilo de su canto
la mantenga en ascuas.

Sólo ella conoce la tonada que crepita
bajo el mundanal estertor de cada noche;
la aprendió con paciente vigilia vigilante:
sabe cantar al amanecido rocío
para que una flor fulgure.

Ellos, los de oculta faz, no lo entienden,
le miran con desdén, con altanería;
ignoran el poder de su palabra,
los acuerdos pactados con la luz
para que no muramos de penumbra.

Alguno, a veces, le ofrece un mendrugo,
una moneda desnuda y tuerta,
un insulto mal parido de su entraña.
No importa: no se duele
del oscuro camino que otros siguen.

Escucha el tiempo, su rotación secreta.
Él le ha contado de sus artificios:
cómo cada amanecer es una renuevo
al final del día marchito,
y le ha obsequiado una floresta
naciente de alboradas para que las cuide.

Él le ha mirado; nadie más, tan dentro.
No importa: ella lo abreva todo,
cada gesto, cada desasosiego,
para nutrir de verdades ocultas su melodía,
para encender la aurora con su pálida voz
en medio del bullicio indolente.

Ellos no lo saben ni les importa, pero ella,
la loca mendiga, la sibila susurrante,
cada víspera carda en su pecho un arrullo
diamantado que clarea el día.



MUJER QUE MIRA LA LUNA

Fulgura en la oscuridad cada esquirla de su cuerpo,
se reconoce desperdigada en recuerdos,
en historias rotas donde el deseo no fue
la llameante marea que la elevara
como a una altiva diosa venusina.

En la mirada de la noche relumbra
el asomo de una lágrima llena
que fecunda el instante.
Solitaria de siempre,
entregada al vacío.

Una resonancia acaso las ubica en paralelo,
un semejante latido:
la una, fugitiva de su propio fuego
en incierta rompiente;
la otra, eterna vagabunda de luz
por la dilatada senda sideral.

Ambas, estremecidas por la misma noche,
por el frío de la soledad, de un imposible,
resplandecen porfiadas entre las sombras,
como un tímido primer rayo que teje,
con el múltiple prisma del rocío,
una nueva piel con que vestir la mañana,
como el calor que de entre las cenizas
reúne su rojo más esplendente
para honrar al viento.

Así, la emperatriz rota
sostiene su mirada de esa Luna mendicante,
y bajo el fulgor de su amparo
reúne uno a uno sus fragmentos
dispuesta a iluminar el camino
de las noches venideras.

Elianne Santiago (Toluca, Méx.). Estudió la licenciatura en Letras Latinoamericanas en la UAEM, y el diplomado en Creación Literaria en la SOGEM, Estado de México. Se ha desenvuelto como catedrática, correctora de estilo y, en el ámbito editorial, como coordinadora de la revista Castálida, del IMC. Ha sido alumna de los talleres de poesía dirigidos por Enriqueta Ochoa y Óscar Wong. Actualmente se desempeña como correctora de estilo para la revista La Colmena, de la UAEM; realiza estudios en psicología y una especialización en psicoanálisis.