lunes, 4 de febrero de 2008

Luís D. Caballero Velázquez

La mujer rota

A lo lejos la silueta de la cojita se veía caminar
Con la carga en la espalda de una inhabilidad
Y dos hijos a los cuales tener que sustentar
Cojeando y cojeando
Lupita le sonreía a la vida

Israel y Beatriz
Los dos ojos que la pilotaban
Y la fuerza en su interior que le estimulaba
A lavar ajeno, planchar y todo lo que ordenara
La señora de vestido largo y cara maquillada
Que no tenía la necesidad de trabajar
Ni de sonreír

Los años se cargaron sobre su cara
Y sus manos alegres comenzaron a bostezar
Mientras sus dos ojos crecían ante su facha cansada
Estudiando sobre la mesita de madera
El único recuerdo que dejo papa
Aquel carpintero borracho
Que un día decidió jamás retornar


Cojeando y cojeando
Lupita le sonríe a la vida


Cuantas noches la vi salir cansada de la casa
Color naranja
Con las bolsas llenas de comida e ilusiones
Y un bote de leche
Con el cual se apoyaba para alcanzar el fregadero
Y lavar los trastes de la señora con peinado de salón
Que ignorante de su propia vida
No poseía la grandeza de ser
Un ser humano


Pero el tiempo paciente al igual que la cojita
Aguardaron el día que se fuera la granizada
Y si en consecuencia
Un día para Lupita salio el sol pleno
Acariciando su fisonomía
Sus dos hijos aceptaron el desafío
Y lograron las metas que la cojita nunca logro
Pagaron la factura a su madre
Y ahora
Lo que algunos llamaron una mujer rota
Es la madre más feliz del universo
Al verse rodeada de amor
Y sin tener que ser humillada
Por las gentes que carecen de alma


Y ahora la mujer de cara maquillada
Es invitada por la cojita
A su casa a tomar café
Y cada quien se sirve y lava su taza
Mientras le cuenta sobre la miseria de su vida
Al saberse vieja y sola


Cojeando y cojeando
Lupita le sonríe a la vida
Que le enseño que no existen mujeres rotas
Tan solo
Mujeres sin valor
Al ver a sus dos hijos casados
Sacar al jardín aquella vieja mesa de madera
Que le recuerda
Lo difícil y dichosa que hasta ese momento ha sido su vida.



La hiena



A veces me carcajeo y bebo por horas
Y espero la hora maldita
En que la carne de carroña
Necesita sentirse viva.




Al fin animales todos ansiosos
Nos arrojamos a la jungla
Del infortunio
Disfrazados del mejor cazador
Con las garras y colmillos afilados
Buscando un trozo de carne al cual lamer

Se erizan los cabellos
Las melenas se sacuden
Las colas provocan vendavales
Y el olor a necesidad de compañía
Se esparce por toda la metrópoli
Acompañado por el dulce néctar
De los excesos

La noche nos protege y es partícipe
De la cacería
Las miradas se encuentran vidriosas
Entre los aullidos guturales
Que se confunden con las sirenas
Que buscan cadáveres


Los roces provocan descarga
Las manos se vuelven cómplices
Y danzamos hinchados
Al sentir que se acerca el festín
La masacre de carne y lamentos

Cazador y presa encajonados
Se alejan a los lugares más tenebrosos
Para saciar su apetito de soledad
Lejos de las manadas

Es entonces que la hiena
Temerosa de cazar
Por acabar siendo presa
Aguarda paciente
Sonriendo y observando
La carne de carroña que sigue en pie
Destrozando su recato
Al sentirse protegida por el cercano amanecer



Un par de carcajadas y un sorbo de vino
Las presas se van derrumbando
Confundidas por sus recelos
Y alentadas por la visión perdida
Escuchan dulces canciones
Cuando en realidad son humillaciones
Que despiertan a su sexo dormido

La hiena ataca
La presa aturdida no tiene tiempo de rebelarse
Tan solo se deja llevar
Por el fuerte palpitar de su entre pierna
Que le obliga a consentir

La hiena salta y salta de alegría
Al ver el cadáver que respira
Y que lo que resta de la noche
Va poder saborear
Esa carne apestosa a licor
Y desengaños


A veces se ríe tan fuerte que atrae
A otras hienas
Y festejan juntos el dolor del olvido
Que la jungla
De los desamparados les regala

Hienas y cazadores
Presas y carne de carroña
Conviven juntos
Trotando en manadas inseguras
Donde un día eres el rey
Y al otro
El buitre que se cogio las sobras.




Luís D. Caballero Velázquez.