lunes, 25 de febrero de 2008

María Inés Zaldívar

MEDUSA EN LISBOA

(En Naranjas de medianoche, 2006)

1.
Camino por calles, subo y bajo,
llego al metro, no de Santiago, de Lisboa
(no conozco el metro de Lisboa)
y entramos.
Mi boleto tiene la forma de una ficha;
una vieja ficha bibliográfica en blanco
y oigo
tienes que ponerla en el control magnético
para salir
(sí, para salir de los túneles)
así de boca, boca abajo,
la superficie de la ficha sobre el control
que es algo así como el quemador de una cocina,
como boca viviente que se abre a la superficie.

Boca con boca la pongo y siento un estremecimiento.
Ruido, luz y energía brotan con violencia
y se estampa una imagen en la superficie blanca,
más que una imagen, un leve relieve,
una pequeña máscara muda.

En un golpe de respiración inhalo aire de conjuro y
un montón de palabras dislocadas como muñeca de trapo
manotean, patalean desarticuladas en mi garganta.

Aterrada te miro, te vuelvo a mirar y
mentalmente tiento el habla.
Un resuello de palabras se desliza salvador
inundando aquel instante con un nombre.
Medusa en Lisboa expelo y te llamo y
converso en el instante unos cuantos adjetivos
salvavidas:


2.
Carita pequeña, leve volumen a cincel
cabal y rotundo de tristeza no aprendida
tu sonrisa es cicatriz de herida siempre abierta
tu dolor es sello para siempre en mi pupila.

Carita pequeña, sólida mueca interminable
de cuencas siempre alertas al horror
me miras helada desde el hueso
desde el hueco interminable de tu ser.

Carita pequeña, burla abierta a la razón
de lengua sin gobierno y cuerpo no vidente,
sonríe aguda risa que chilla en la caverna
y hiela la sangre en las puertas del festín.

Toda tu cara niña es mueca que habla por sí sola:
cara es cuerpo y cuerpo cara.
Tus ojos grandes y vacíos me miran con desprecio
me atraviesan y me clavan como insecto.

En lo que canta un gallo tu pequeña nariz abre
fosas abisales
y huele estrujando mis alientos y vahos escondidos,
mientras tu boca devora a control remoto,
y luego escupe de costado, indiferente,
unos pedazos de mi alma entre los dientes.

Tu lengua brotando del centro de los labios
casi viva en el gris acero de la imagen
contrasta fina y aguda con el blanco de la ficha.
Ella no dice nada, solo mira y escucha.

3.
Recupero el habla, casi, por así decirlo y,
aunque gané algo de tiempo con la treta de los versos,
el impacto de la pequeña máscara blanca
me deja temblando, frágil
como el papel que la contiene,
frágil, más frágil aún.

4.
Desde el fondo de la tierra,
asesinada, perseguida, loca y enferma,
las caras de las hijas de la Medusa,
emergen, leves, desde la oscuridad
cautivadas por la blancura de la hoja.

Las recibo con un pavor agradecido
crepitando
y sin saber qué hacer con ellas
de ahora en adelante.

5.
Entre la distancia que va de un hebra a otra
escondido en la maraña de tu pelo
espíritu desconocido te habita en silencio
te habita.



JUANA (de Luna en Capricornio, inédito)


Está oscuro, hace frío, corre
Un viento que me cala hasta los huesos

Estoy dentro, es estrecho, camino
A tientas entre los muebles y las sombras
Que se filtran del jardín

Estoy hambrienta, no hay comida, huelo
El aroma de un caldo macerándose en la cocina
Al otro extremo del corredor

Estoy sucia, visto harapos negros, siento
El hedor de mi mugre y de mis liendres
Que cubre mi cuerpo y caminan por mis greñas

Estoy lejos, en las afueras, pasan
Los años uno a uno sobre el vano de la puerta
Y bajo este camastro lleno de inmundicia

Vienen voces desde fuera que me llaman loca
Pezuñas de caballos que se acercan, se detienen y se alejan
Escucho retumbar la voz de mi padre
Y luego el eco se torna débil y más débil...

De pronto murmullos se deslizan entre sueños
Son voces, no, son coros persistentes de otras eras
De tiempos venideros que se conduelen por doquier
Me llaman pobre en mi poder
Víctima en mi casa y en mi trono
Inocente escollo en el orden de los tiempos
Y hablan de mí con piedad y con respeto
Soy cuerda y ejemplo de cautivas
Fecundo material de cantos y escrituras
Materia propicia para gestas y agasajos

Pero no tocan mi siglo, no comparten mi vigilia
Con mi frío, mi hambre, mis harapos y mis llagas
Sigo triste, seca, desgreñada, y sigue resoplando
El mismo silencio que me aprieta el corazón

Son voces que no entibian mis huesos invierno tras invierno,
Ni sacian este hambre de tierno pan y amor correspondido
Tampoco abren estas puertas, no retienen lo que escapa
Ni tornan en lino y holandas el jergón que me acompaña.

Mísera de mí, o infelice, hoy nada pretendo apurar,
Pues solo oigo clamores llegados a destiempo
Que no alcanzan para un pedazo de cielo estrellado
En esta noche mía de encierro y de miserias.


María Inés Zaldívar (Santiago de Chile) Doctora en Literatura. Escribe poesía y ensayo. En poesía ha publicado: Artes y oficios (1996), Ojos que no ven (2001), Naranjas de medianoche (2006). Ha sido ganadora en el concurso Textos de Mujeres 1997: Poesía y Ensayo, del Consejo Nacional del Libro y la Lectura en Chile. Actualmente, junto a su oficio de escritora es docente, investigadora y directora de la revista Taller de Letras en la Facultad de Letras de la Universidad Católica de Chile.