lunes, 4 de febrero de 2008

María Elena Solórzano

Fridamariposa

Sabías lo que eran tus alas.
Declaraste: ebriedad…locura.
Sabías lo que eran tus alas
y las arrancaste frente al mar
en una noche de música y ofrenda.

Inicias el vuelo entre los girasoles,
con el amarillo te deslumbras,
tu lengua degusta pócimas y néctares,
estallido de colores y de risas.
Refulges entre las setas de mucílago y llovizna.
Al acecho la tempestad
que destruirá tus galas.
Al acecho el torbellino
que te llevará hasta el señorío
de la sombra y el murciélago.

Nadie mira tus últimos temblores,
el iridiscente polvo de tus alas ha caído
y tu boca liba el último néctar de amaranto.
Nadie impide que tu esbelto cuerpo
sea atravesado por varios alfileres.
Nadie sollozará
si mueres mariposa,
si se rompen tus alas de cobalto,
si bebes una copa de veneno escarlata,
si escapa de tu ser el vino de la tierra.

¿Cómo decirte que me duele tu martirio?
¿Cómo llorar contigo
si tengo el corazón vacío de nidos,
herida mariposa?

En cualquier lugar
pueden lapidarte, llamarte ramera
o desprender tus élitros de Luna y de Arco iris.
Nadie hará un juicio frente a la Plaza de Armas
porque masacren tu cuerpo de sílfide nocturna.
Nadie llorará
sobre tu cadáver, Diosa del Aire.
Nadie pedirá
que descanse tu polvo
en el negro vientre de la madre.

El mundo de las mariposas
puede destruirse en un instante.
Quizá se derrumbe
tu palacio de flores y tristeza.
Quizá seas arrastrada
hasta los abismos del demonio
que habita en el desfiladero.
Quizá quieras llegar hasta la estrella
para quemarte y resurgir de las cenizas.
Quizá una noche,
por la sed,
bajes a beber al río
y quedes para siempre
convertida en resplandor.


La huella del jaguar
te lleva hasta el pantano.
En la superficie titilan las estrellas,
esos destellos te subyugan,
caminas hacia el centelleo.
Los humedales te engullen.
Cuchillos de obsidiana
te siegan los alientos.
En las entrañas de lo negro
¡qué larga la agonía!
¡Qué soledad de metales en esas lobregueces!
¡Qué larga la agonía!


SALMO DE LUZ

Con el movimiento ondulante de los peces
alcanza mi vientre incandescencias.
El cielo llueve girasoles.
En mis pupilas guardo el mar.
En mis muñecas, un pálpito de ola.

Daré a luz durante el amanecer de las violetas.
Sabe a lima el aire,
los heliotropos se calcinan.
Busco tus ojos de gacela,
transcurro entre el olor de los abetos.
Mis pisadas fraguaron en el barro.
Viene el niño que sueño por las noches
y tú te marchas a seguir el destino de la espada,
a buscar espigas en el páramo,
a buscar el amuleto de mágicas insignias.
Pelearás con tus iguales
y serás campeón de la violencia.
Yo, la sierva, daré a luz
durante el amanecer de las violetas.

El miedo, agazapado atrás de los naranjos.
Me abrazo al tronco de la higuera.
Veo los ojos en el fondo de la hornaza.
Me siguen dos tizones.
Guiños, fulgores frente a mí.
Un latigazo en mi retina,
mi rostro lame el miedo.
Esas pupilas todavía me persiguen.

Otra vez aletean las palomas
en la mañana cubierta de ciruelos.
Cierro los ojos, lo contemplo.
Emerge un río de luz.
Imagino cómo sus brazos y sus piernas
se fortifican, crecen,
cómo sus uñas se conforman.
Deseo tenga la mirada clara de la lluvia,
que a su mano los bronces se dobleguen
y en su corazón dé frutos la justicia.
Que transite sin miedo los caminos.
Que domine a los endriagos de la noche.
Me pregunto de qué color serán sus ojos
qué mensaje podré leer en sus pupilas.

Albas paredes;
fulgurante lámpara, el quirófano.
A través de mi inflamado vientre
el médico aún escucha sus latidos.
Me paraliza el frío.
Ahora soy agua y quiero desbocarme,
ser árbol o granizo,
la corza que huye del tormento.
El parto se avecina,
pero daré a luz entumecida carne.
Los jugos coagulados,
tulipanes rojos en su piel.
Mañana, vestido irá de blanco
para ofrendarlo a los labios sedientos de la tierra,
en el verano dará color a las hojas de la hierba.

En mi casa están cubiertos los espejos
(el azogue ha suplantado mi silueta).
Esa cabellera de ceniza no es la mía,
ignoro esos labios que trasudan amargura,
ojos que develan inquietudes.
Prefiero mirarme en las aguas de los lagos
o en los aljibes donde los batracios duermen,
allí, destellos de Luna destila mi cabello,
de durazno y amapola es mi piel.

Era bella. Varada sirena,
el mar me dio por residencia tierra.
Con lentitud mis pies deformes
ascendieron a los riscos,
con dificultad bajaron
hasta donde hierve la cascada.
Como pisciana el mar añoro.
Ya no sé sumergirme
en los confines sombríos del océano
donde los abisales nadan en susurro
entre fosforescencias de coral.
Extraño las madréporas,
las actinias de colores increíbles;
de líquidos vaivenes la tibieza.

Mi canto ya no hechiza a los marinos
ni a los hombres que caminan por la playa.
Ya no se enredan las algas en mis dedos
ni las medusas se pegan a mi piel.
Mi útero vacío de palomas
reclama la vida y sus matices.
Mi gruta pletórica de algas
espera tus ópalos, tus ríos.
Tu manantial se agota,
pero yo siempre seré mujer.


María Elena Solórzano (1941, Cd. Delicias, Chih. México). 18 Poemarios. Los más recientes: Viento de obsidiana, aBrace, Uruguay 2000. Vestigios de luz, Cuadrilla de la lagartija, México 2002. Gruta de espejos, Papuras, México 2004. Los cánticos del ángel, Urdimbre, México 2005. Salmo de luz, Arde editoras, México 2006. Los secretos del enebro, Premio Nacional de Poesía Tintanueva 2007. Arena luminosa, C. A. Morelia, México 2007. Fridamariposa, Tintanueva, México 2007. Reconocimientos en México y en el extranjero.